LA CORONA DEL REY
Estaba sentado,
en mi silla anaranjada, frente a un rape frío y fresco como el hielo. Recuerdo
como si la viese ahora mismo con mis propios ojos, una noche veraniega, en la
que el calor dominaba la ventisca que entraba por una de las ventanas de mi
comedor. Suave se oía el viento, brillantes se veían las estrellas, pero frío
me sentía.
Como una luz
apagada y encerrada que jamás saldrá de su encierro, estaba sentado sin apenas
degustar el pescado tan repugnante que se mostraba ante mí.
Mi mirada se fijó
de en un espejo. Vi una figura blanca como el talco, lúgubre como un fantasma y
apenada como un alma errante sin destino. Aguzando bien el oído, pude percibir
ciertos sonidos provenientes de un lugar seguramente cercano, pero de un sonido
lejano como el eco. Me di cuenta de que aquellos sonidos eran un lamento. Como
todo ser humano, intenté deshacerme de la idea e inútilmente olvidar ese
supuesto sonido tan frívolo y desagradable.
Aunque todo ser u
objeto descrito anteriormente se ha calificado de frío, la temperatura era
ardiente como el magma. Mas poco a poco, el aire se volvió helado como un
glaciar entero. Sobre todo, oíase aún aquel lamento tan detestable.
Paralizado me
quedé como se queda alguien cuando fallece. Ese lamento era extraño. No
concordaba con nada. Mis vecinos no suelen reproducir esas escenas. En realidad,
no tengo vecinos. Ese lamento, a medida que pasaba el tiempo fue siendo en mi
cabeza varias cosas desde el “tic-tac” del reloj hasta los ladridos de un can
deprimido y alejado del mundo. Finalmente, supe que era agua. Agua que caía
como lágrimas. “Una fuente llorona”, pensé. Mas no tengo fuente en el jardín.
De improviso, esa agua chorreó como lava de un volcán, vivaz y energéticamente.
Noté mi mano temblar, al acercarla hacia la copa de cristal, con apenas dos
gotas de vino.
Miedo. Miedo
sentí. Desearía ser el Sol y esconderme detrás de la monumental Luna. Indefenso
me sentí. Me gustaría ser la fiera frente al gladiador, con coraje y defensa.
Pasó a ser un
tintineo, escalofriante, claro. Sonaba en la madera. Me fijé en una vela,
posada en la larga mesa de invitados que tenía, que acogió sólo a su dueño en
toda su dichosa vida. La cera se acababa, caía como lágrimas. La luz que
emitía, disminuía.
Me puse aún más
pálido. En el rape chorreaba esa agua magmática y rojiza. Era sangre,
proveniente de mi vientre. Comprendí por fin que aunque llamase a mis vecinos,
nada sucedería. Ellos son odiosos. No harían nada por mí.
Volví a mirar
débilmente la imagen en el espejo. Esos ojos negros y profundos, tez blanca
como la nieve, labios sin vida, que besaban por última vez, a su nueva amiga,
la muerte. Observé ese cuchillo bañado en oro, que tan feliz quise que me
hiciera y que jamás llegó a acabar una simple comida. Observé a duras penas, el
ojo del rape. Ese pescado tan extraño y con aspecto espectral, miraba a algún
lugar, indefenso y miedoso. ¡Qué quieres decirme!, pude gritar al rape. Mas no
hubo respuesta. Como todo ser humano, intenté deshacerme de la idea de que iba
a ser como el rape.
Esa agua seguía
sonando. Pero al igual que la vela, iba cesando su tarea. ¡Vecinos!, grité. No
vendrían. No me darían ni un poco del agua del jardín para retomar ánimos.
Adiós. El cuchillo realizó su tarea, digo. Yo no fui culpable. Pero cuando
recuerdo esa fotografía en el espejo, sé que lo fui. Él fue el asesino.
Encerrado, ni el oro ni la grandeza me salvaron. Maldecir es lo que me quedaba.
Maldecir esa vida, algo que nunca entenderé. Pero, sin embargo, veo una luz,
siento un beso, el pescado desaparece, la casa, los cuadros, las esculturas, el
oro, todo. El agua cesa.
La vela se había
apagado y el viento había cesado.
sigo impresionada, consigues que a pesar de que es jueves (como un lunes) y que estoy en mi puesto de trabajo (que debería empezar por cierto) he estado en esa habitación pasando un rato escalofriante.......
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