lunes, 30 de abril de 2012


¿JUGAMOS A LA GUERRA?
      General, la guerra ha empezado– dijo el soldado Frankaïzer.
      ¿Ya? ¿Hoy? ¿No era mañana?– gritó el general Místourrer.
      General Mistóurrer, el enemigo nos avisó de que la guerra podía ser hoy o mañana – contestó el soldado.
      ¡General Mííístourrer!–gritó enfadado el general.– ¡Este enemigo! ¡Ah, como lo odio! Siempre cambia las cosas y cuando le da la gana.
      El Gobierno está avisado, general. Dice que la guerra se desarrolle en secreto hasta que ellos lo digan. Aún tienen que avisar a la prensa. Ya tienen titular, de esos que alarman tanto a la gente: “Guerra Mundial estalla, 300.000 muertos. Conflicto empieza entre Jabugania y Patanegronia” – dijo riéndose el soldado.
      Bien, así me gusta – contestó firmemente el general jabuganiano.
La puerta se abrió y entró el general Fungarkël, el enemigo patanegronés. El general Místourrer y el soldado Frankaïzer se acercaron a él para saludarlo.
      ¡Hombre! ¿Qué tal se encuentra don Fungarkël? Sabe usted que hoy toca guerrilla, ¿eh?– dijo Místourrer riéndose.
      Sí, eso me han dicho. Fíjese que hoy tenía que ir al supermercado, no sabe que buena excusa esta de la guerra… Bueno, venía a preguntarle, ¿sabe usted quién es el bueno y quién es el malo esta vez?
      A mí me ha dicho el Gobierno, que posiblemente esta vez los malos somos nosotros…– dijo el soldado Frankaïzer.
      Pues que así sea. Debo irme a organizar las tropas y a beberme unas copas para estar bien borracho para esta tarde – contestó el general Fungarkël.
      ¿A beber? ¿Usted? ¿Para ahogar las penas o para luchar sin conciencia de nada?– preguntó Místourrer.
      Para las dos cosas. Bueno, hasta luego– respondió el general Fungarkël saliendo de la sala.
Todo estaba ya previsto. Los Gobiernos se habían dado cuenta de que hacía mucho tiempo que no ocurría ninguna guerra. Por eso, habían decidido declarar una a nivel internacional. La causa era por los bigotes. Todo aquel que portase un bigote sería desembigotado. Porque en aquella época, la moda era llevar bigote y demasiada gente lo llevaba. “No puede eso seguir así, son una plaga”, decía el Gobierno . Pero para evitar que la gente se afeitase, la guerra se hizo por sorpresa.
      General Místourrer, las tropas han sido convocadas y se disponen a recibir sus órdenes– dijo el soldado Frankaïzer.
      Quiero que mis tropas estén equipadas con la mayor artillería que se haya visto nunca: escopetas, tanques, metralletas, revólveres, escopetas estancadas, tanques escopetados, metralletas revolveradas y revólveres metrallados. También, quiero que vayan con espuma y cuchilla de afeitar en mano. Pero, por favor, nada de masacre. He recibido órdenes de que esta guerra sea leve y no extremadamente violenta. La artillería será usada solo en caso de que se dé La Orden de Masacre. Eso sí, luchen con valor porque son ustedes hombres de verdad como yo – dijo emocionado el general Místourrer.
      ¡Sí, mi general! ¡Victoria habrá para los “nothings”!– gritó convencido el soldado.
      ¿Los “nothings”? Menudo nombre que nos ha puesto, aunque me gusta. Ahora, querido Frankaïzer, vaya a la guerra y sirva a su patria jabuguiana como gran soldado que es – dijo solemnemente el general.
El soldado salió “espucuchilla” en mano a la guerra. El general se sentó en un sillón a fumarse un cigarrillo cuando, de repente, recibió una llamada telefónica.
      Al habla el presidente– dijo una voz.
      Buenos días tenga señor presidente. Al habla el general Místourrer.
      Estoy orgulloso de usted, general. Estoy ahora mismo viendo por la televisión a miles de patanegroneses siendo afeitados y sufriendo por ello. Pero general, esto no es aún una guerra de verdad, quiero que dé La Orden de Masacre. Quiero que extermine a todos aquellos impuros que portan malvadamente esos pelos ridículos y provocadores, ya sean rectos, alargados, curvos, gruesos, finos, afilados como cuchillas… Y da igual de qué país sean, acabe con todos los bigotudos. Son demonios señor Místourrer, nos van a invadir, ¡quieren obligarnos a que nos embigotemos!– decía, con más enfásis cada vez, el presidente.
El general, lo estuvo pensando un rato. La decisión era difícil. Acababa de ver hace un rato a su homólogo Fungarkël, que era bigotudo. Místourrer había vivido muchas guerras pero nunca una como esta. Había dado órdenes, pero nunca una como la que tenía que dictar en unos instantes. De repente, Místourrer levantó la cabeza y sintió que era su deber. Tenía que hacerlo. Por su patria y por los “nothings”. Si no lo hacía, no había guerra. Eran las órdenes del presidente, juntos pasarían a la historia. Se levantó bruscamente y se dispuso a llamar. El presidente lo había convencido.
      ¿General Fungarkël? Místourrer al habla– dijo muy seriamente.
      ¡Hombre! ¿Qué tal se encuentra?– respondió amigablemente Fungarkël.
      No estoy de broma, señor. Es usted un bigotudo repugnante, malévolo y satánico. General Fungarkël, sepa usted que he dado La Orden de Masacre. Sepa que le declaro una guerra a muerte– contestó gritando el general.
      Si usted lo quiere, así será. Le recuerdo que, en esta batalla, el papel de los buenos lo teníamos nosotros y ustedes pasarán a la historia siendo los malos. Y no crea que esta guerra acabará como las anteriores. No. En esta, quedará usted como el malvado general de los “nothings”. Y permítame que le diga que mi ejército no se rendirá hasta haberles pegado a todos un bigote bien grande y peludo– dijo Fungarkël antes de colgarle en las narices a Místourrer.
El general Místourrer enfureció. Se levantó y se dispuso a dar un discurso. La prensa, la radio y la televisión llegaron de inmediato.
      Queridos ciudadanos, vengo a anunciarles que estamos en una guerra. Una guerra contra todos los despreciables bigotudos que viven entre nosotros. He hablado recientemente con el señor presidente, con el que he llegado al acuerdo de ordenar La Orden de Masacre. Todo aquel que porte un bigote, aunque sea diminuto, aunque sea pelusilla, será exterminado.
Millones de ciudadanos partieron a combatir. El general Fungarkël anunció, para contraatacar, que todo aquel que llevase pelo hasta los hombros sería mutilado. Que todo aquel que fuese de pequeña estatura, sería asesinado. No le quedó otra opción que suicidarse.
La Iglesia Imberbiana se puso del lado del general Místourrer, diciendo que era una impureza y una ofensa a Dios portar un bigote. Que no era más que un símbolo provocador e impropio de la raza humana.
En los campos de batalla, la sangre reemplazó a la espuma. Pasó de haber pelillos a haber cuerpos ensangrentados. La guerra se convirtió en una verdadera masacre.
Hasta que un día, un señor con medio bigote llamado Tobacco creó lo que se llamó la Rebelión. Después de años de batalla, Tobacco reunió un ejército rebelde, que terminó por aceptar la ayuda del ejército de Fungarkël, que en esos momentos era dirigido por su hijo Monsipaül. Finalmente la guerra acabó con la victoria de los Rebeldes y de los Bigotudos. Tobacco y Monsipaül pasaron a la historia como héroes. El general Místourrer se suicidó tirándose al mar, para evitar ir a la cárcel o, aún peor, ser embigotado. El presidente de los “nothings” fue encarcelado de por vida. Fungarkël tenía razón, pasaron a la historia como los malos.
Después de la guerra, vinieron años de paz. Pero el ser humano no podía soportarlo. Monsipaül acordó con Tobacco una batallita que pasó a ser una gran guerra. Y así continuaron siempre. Ambos cometieron atrocidades. Esta vez, el papel de malo lo tuvo Monsipaül. Tobacco cumplió su papel de bueno hasta que, como Fungarkël, perdió la cabeza y empezó a dictar todo tipo de órdenes a cual más disparatada. Obviamente, no quiso pasar a la historia como malo y se alió con los Revolucionarios. Todo esto fue cíclico, hasta que la bomba estalló.
El mal jugador siempre intenta ser lo mejor posible. A veces lo consigue, haciendo trampas. Pero no deja de ser malo, sobre todo si se juega a la guerra.

                                           SÓLO MAR Y AMOR
El Sr. Harrison decidió no contestar a la llamada, pese a que eran las cinco de la madrugada. Por culpa de esa maldita llamada, no conseguía dormirse. Decidió salir a pescar, una de sus aficiones favoritas. Puesto que la pesca esa mañana no tenía éxito, intentó dormirse de nuevo en la barca y lo consiguió. Tres horas después, el Sr. Harrison despertó y se dio cuenta de que la caña de pescar se le había caído al agua. Apenado y con rabia, remó hasta su casa. Al llegar fue de inmediato a los cajones del armario, donde guardaba su escaso dinero. Maldijo la miseria de dinero que tenía y fue a preparar su desayuno. Una vez terminado, se dispuso a partir hacia Avonmouth, donde a lo mejor podría conseguir una nueva caña de pescar. Esa mañana, a diferencia de muchas otras era soleada, lo que aumentó su agotamiento. Una vez en Avonmouth, preguntó a un señor por una tienda en la que pudiese encontrar una caña de pescar:
– ¿Disculpe, sabría decirme dónde puedo encontrar cañas de pescar, por favor?
– ¡ Claro que sí, yo soy pescador y vendo cañas de pescar!– dijo el señor alegre por tener un cliente.
Harrison siguió al hombre, agotado. Pidió una silla nada más llegar, se sentó y observó las distintas cañas de pescar expuestas y, sin dudar, escogió la primera.
– Me gustaría comprar esta – dijo Harrison dejando en el mostrador las monedas.
– De acuerdo, ya que es el único comprador que tengo desde hace meses, con las escasas y poco valiosas monedas que tiene, la caña es suya – dijo el vendedor.
Aunque estaba cansadísimo, se puso en pie, estrechó la mano del vendedor, le agradeció la oferta, pagó y partió.
Llegó a su casa cuando ya el crepúsculo dejaba paso a una oscuridad absoluta. A pocos metros de su casa, escuchó el mismo sonido que le había quitado el sueño. Sin ganas, corrió a saber qué motivo era el de la maldita llamada.
– El Sr. Gene Harrison al habla, ¿ cuál es el motivo de su llamada?
– ¿ Me reconoces?– le dijo una voz femenina.
– Disculpe, ¿con quién hablo?– preguntó Gene.
– ¿ Ya no reconoces la voz de tu mujer, Gene?– le dijo la voz.
– ¿Judith? No, no, no. No, n… no es po… po…sible, ¡ Judith, eres tú de verdad, tanto tiempo creyendo que habías muerto!– gritó Gene eufórico.
– ¡Qué alegría volver a oírte, Gene! Tengo tanto que contarte, tanto de que hablarte, creía que jamás volvería a verte. Estoy en Londres, voy a comprarme un billete de avión de inmediato. Tengo tantas ganas de verte…– le contestó Judith.
– Yo también, no sabes cuántas. Llega cuanto antes. Quiero que me expliques tu desaparición, lo que te pasó luego…
– ¡Claro que sí! Pero es tan largo y es tan tarde… No seamos tan impacientes, cogeré el primer avión hacia Bristol, ahora necesito descansar– le dijo Judith.
– ¡Qué alegría, de verdad! Llega cuanto antes, cariño.
– Intentaré hacerlo. Buenas noches, Gene– le dijo Judith.
Cuando colgó, gritó de alegría y salió afuera a correr, sin importarle su avanzada edad. Tal era su alegría, que al meterse en la cama no conseguía dormirse, otra vez. Al día siguiente se levantó sin haber dormido mucho, pero aún así no tenía sueño. Lo primero que quería era llamar a Judith.
– ¿ Judith?– dijo el Sr. Harrison.
– ¡Gene! Justo iba a comprar el billete. Intentaré coger un vuelo para esta noche– le dijo Judith.
– Perfecto. Simplemente quería saber como estabas… ¿Sabes lo que podemos hacer? – preguntó Gene.
– ¿ El qué?– le dijo Judith impaciente por saber la respuesta.
– ¡Voy a llamar a Marion para que venga también, pero no le diré que estás aquí. Así, cuando llegue, se llevará una enorme sorpresa– explicó el Sr. Harrison.
– ¡ Qué idea tan estupenda! Llámala ahora mismo, no perdamos tiempo. Yo me voy ya. Adiós, Gene– le contestó emocionada Judith.
Se despidió de su mujer y se dispuso a llamar a su hija.
– ¿ Buenos días, quién es?– dijo una voz aguda.
– ¿ Marion Harris al teléfono?– respondió Harrison.
      ¡ Padre, qué tal estás! Hacía mucho tiempo que no hablábamos.
      – ¡De maravilla! Tal como has dicho, hace mucho tiempo que no hablamos, ni nos vemos, así que me gustaría que vinieses a visitarme– dijo Gene.
– ¡ Fantástico! Me encantaría ir a verte. Estoy en París, así que cuando quieras que vaya…
– ¡ Coge el primer vuelo hacia aquí!– la interrumpió alegre Harrison.
– Vale, vale. Salgo ahora mismo por un billete, intentaré llegar mañana. ¡ Hasta pronto!– exclamó Marion muy contenta.
El Sr. Harrison se despidió y colgó. Estaba muy alegre, aunque poco a poco fue invadiéndole el sueño. Se levantó sobre las dos de la tarde y almorzó. Después, fue a darse una vuelta por la playa. Había dormido demasiado, así que, sin importarle de nuevo su avanzada edad, empezó a correr alrededor de la playa, lleno de energía. Al caer la tarde, se sirvió un whisky y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, Gene se sentó en la mecedora del jardín a esperar la llegada de su querida mujer. Pasaron tres horas, hasta que vio a una mujer que corría hacia él con los brazos abiertos. Él corrió hacia Judith y la besó. Entraron en la casa y Judith le contó su historia: cuando llegó a Polonia, ese 13 de agosto de 1939, Judith no pudo suponer que los soldados nazis invadirían Polonia el 1 de septiembre. Cuando ese día llegó, Judith no pudo salir de Polonia y quedó encerrada en ese país. Estuvo escondiéndose durante mucho tiempo. En 1945, Judith fue puesta a salvo por unos soldados británicos. Después de otras muchas aventuras, pudo al fin reunirse con su marido.
Judith le dijo a Gene que divisaba a lo lejos a Marion y él le pidió que se escondiera en el huerto, que él la iría a buscar con el pretexto de que se le había olvidado algo en el huerto. Judith se escondió y llegó Marion corriendo.
– ¡ Padre, qué alegría, cuánto tiempo!– gritó Marion muy contenta mientras le abrazaba.
– ¡ Marion! ¿Qué tal estás?, pasa adentro– dijo Harrison señalando la casa – se me ha olvidado una cosa en el huerto, ahora mismo vengo.
Marion entró y observó la casa detenidamente. Al cabo de un rato, le pareció oír a su padre hablar con alguien, se asomó a la ventana y ahí estaba su padre hablándole al viento, a la hierba, no sabía a qué. Éste abrió la puerta de golpe y gritó:
– Marion, ¡saluda a tu madre!
Marion no supo que decir, su padre estaba solo. Marion empezó a llorar y su padre dijo entusiasmado:
– ¡ Me alegra tanto veros de nuevo juntas!
– Padre…No… Mamá no está aquí– murmuró llorando Marion.
El Sr. Harrison se sentó, miró a su alrededor y, desesperado, rompió a llorar. Su hija le abrazó y le preguntó:
– ¿ Qué vas a hacer ahora, padre?
– La vida es como un sueño y esto es una pesadilla– contestó Harrison con la mirada perdida.
Un año después, Gene Archibald Harrison murió. Un instante antes, apenado, se preguntó por qué se vive si luego hay que morir.
Judith le esperaba con los brazos abiertos.

FIN

domingo, 29 de abril de 2012

Bienvenidos al Blog Rush, que no es un blog con prisas, sino una alusión a la película The Gold Rush de Charles Chaplin. En este blog se publican relatos, poemas, artículos, etc. Escritos por Louis Malthet. 
Espero que os guste.
Louis.