SÓLO MAR Y AMOR
El Sr. Harrison decidió
no contestar a la llamada, pese a que eran las cinco de la madrugada. Por culpa
de esa maldita llamada, no conseguía dormirse. Decidió salir a pescar, una de
sus aficiones favoritas. Puesto que la pesca esa mañana no tenía éxito, intentó
dormirse de nuevo en la barca y lo consiguió. Tres horas después, el Sr.
Harrison despertó y se dio cuenta de que la caña de pescar se le había caído al
agua. Apenado y con rabia, remó hasta su casa. Al llegar fue de inmediato a los
cajones del armario, donde guardaba su escaso dinero. Maldijo la miseria de
dinero que tenía y fue a preparar su desayuno. Una vez terminado, se dispuso a
partir hacia Avonmouth, donde a lo mejor podría conseguir una nueva caña de
pescar. Esa mañana, a diferencia de muchas otras era soleada, lo que aumentó su
agotamiento. Una vez en Avonmouth, preguntó a un señor por una tienda en la que
pudiese encontrar una caña de pescar:
– ¿Disculpe,
sabría decirme dónde puedo encontrar cañas de pescar, por favor?
– ¡
Claro que sí, yo soy pescador y vendo cañas de pescar!– dijo el señor alegre
por tener un cliente.
Harrison
siguió al hombre, agotado. Pidió una silla nada más llegar, se sentó y observó
las distintas cañas de pescar expuestas y, sin dudar, escogió la primera.
– Me
gustaría comprar esta – dijo Harrison dejando en el mostrador las monedas.
– De
acuerdo, ya que es el único comprador que tengo desde hace meses, con las
escasas y poco valiosas monedas que tiene, la caña es suya – dijo el vendedor.
Aunque
estaba cansadísimo, se puso en pie, estrechó la mano del vendedor, le agradeció
la oferta, pagó y partió.
Llegó
a su casa cuando ya el crepúsculo dejaba paso a una oscuridad absoluta. A pocos
metros de su casa, escuchó el mismo sonido que le había quitado el sueño. Sin
ganas, corrió a saber qué motivo era el de la maldita llamada.
– El
Sr. Gene Harrison al habla, ¿ cuál es el motivo de su llamada?
– ¿
Me reconoces?– le dijo una voz femenina.
– Disculpe,
¿con quién hablo?– preguntó Gene.
– ¿
Ya no reconoces la voz de tu mujer, Gene?– le dijo la voz.
– ¿Judith?
No, no, no. No, n… no es po… po…sible, ¡ Judith, eres tú de verdad, tanto
tiempo creyendo que habías muerto!– gritó Gene eufórico.
– ¡Qué
alegría volver a oírte, Gene! Tengo tanto que contarte, tanto de que hablarte,
creía que jamás volvería a verte. Estoy en Londres, voy a comprarme un billete
de avión de inmediato. Tengo tantas ganas de verte…– le contestó Judith.
– Yo
también, no sabes cuántas. Llega cuanto antes. Quiero que me expliques tu desaparición,
lo que te pasó luego…
– ¡Claro
que sí! Pero es tan largo y es tan tarde… No seamos tan impacientes, cogeré el
primer avión hacia Bristol, ahora necesito descansar– le dijo Judith.
– ¡Qué
alegría, de verdad! Llega cuanto antes, cariño.
– Intentaré
hacerlo. Buenas noches, Gene– le dijo Judith.
Cuando
colgó, gritó de alegría y salió afuera a correr, sin importarle su avanzada
edad. Tal era su alegría, que al meterse en la cama no conseguía dormirse, otra
vez. Al día siguiente se levantó sin haber dormido mucho, pero aún así no tenía
sueño. Lo primero que quería era llamar a Judith.
– ¿ Judith?–
dijo el Sr. Harrison.
–
¡Gene! Justo iba a comprar el billete. Intentaré coger un vuelo para esta noche–
le dijo Judith.
–
Perfecto. Simplemente quería saber como estabas… ¿Sabes lo que podemos hacer? –
preguntó Gene.
– ¿
El qué?– le dijo Judith impaciente por saber la respuesta.
–
¡Voy a llamar a Marion para que venga también, pero no le diré que estás aquí.
Así, cuando llegue, se llevará una enorme sorpresa– explicó el Sr. Harrison.
– ¡
Qué idea tan estupenda! Llámala ahora mismo, no perdamos tiempo. Yo me voy ya.
Adiós, Gene– le contestó emocionada Judith.
Se
despidió de su mujer y se dispuso a llamar a su hija.
– ¿
Buenos días, quién es?– dijo una voz aguda.
– ¿
Marion Harris al teléfono?– respondió Harrison.
–
¡ Padre, qué tal estás!
Hacía mucho tiempo que no hablábamos.
–
– ¡De maravilla! Tal
como has dicho, hace mucho tiempo que no hablamos, ni nos vemos, así que me gustaría
que vinieses a visitarme– dijo Gene.
– ¡
Fantástico! Me encantaría ir a verte. Estoy en París, así que cuando quieras
que vaya…
– ¡ Coge
el primer vuelo hacia aquí!– la interrumpió alegre Harrison.
–
Vale, vale. Salgo ahora mismo por un billete, intentaré llegar mañana. ¡ Hasta
pronto!– exclamó Marion muy contenta.
El
Sr. Harrison se despidió y colgó. Estaba muy alegre, aunque poco a poco fue
invadiéndole el sueño. Se levantó sobre las dos de la tarde y almorzó. Después,
fue a darse una vuelta por la playa. Había dormido demasiado, así que, sin
importarle de nuevo su avanzada edad, empezó a correr alrededor de la playa,
lleno de energía. Al caer la tarde, se sirvió un whisky y se fue a dormir.
A la
mañana siguiente, Gene se sentó en la mecedora del jardín a esperar la llegada de
su querida mujer. Pasaron tres horas, hasta que vio a una mujer que corría
hacia él con los brazos abiertos. Él corrió hacia Judith y la besó. Entraron en
la casa y Judith le contó su historia: cuando llegó a Polonia, ese 13 de agosto
de 1939, Judith no pudo suponer que los soldados nazis invadirían Polonia el 1
de septiembre. Cuando ese día llegó, Judith no pudo salir de Polonia y quedó
encerrada en ese país. Estuvo escondiéndose durante mucho tiempo. En 1945, Judith
fue puesta a salvo por unos soldados británicos. Después de otras muchas aventuras,
pudo al fin reunirse con su marido.
Judith
le dijo a Gene que divisaba a lo lejos a Marion y él le pidió que se escondiera
en el huerto, que él la iría a buscar con el pretexto de que se le había
olvidado algo en el huerto. Judith se escondió y llegó Marion corriendo.
– ¡
Padre, qué alegría, cuánto tiempo!– gritó Marion muy contenta mientras le
abrazaba.
– ¡
Marion! ¿Qué tal estás?, pasa adentro– dijo Harrison señalando la casa – se me
ha olvidado una cosa en el huerto, ahora mismo vengo.
Marion
entró y observó la casa detenidamente. Al cabo de un rato, le pareció oír a su
padre hablar con alguien, se asomó a la ventana y ahí estaba su padre
hablándole al viento, a la hierba, no sabía a qué. Éste abrió la puerta de
golpe y gritó:
– Marion,
¡saluda a tu madre!
Marion
no supo que decir, su padre estaba solo. Marion empezó a llorar y su padre dijo
entusiasmado:
– ¡
Me alegra tanto veros de nuevo juntas!
– Padre…No…
Mamá no está aquí– murmuró llorando Marion.
El Sr. Harrison se sentó, miró a su alrededor y, desesperado,
rompió a llorar. Su hija le abrazó y le preguntó:
– ¿
Qué vas a hacer ahora, padre?
– La
vida es como un sueño y esto es una pesadilla– contestó Harrison con la mirada
perdida.
Un
año después, Gene Archibald Harrison murió. Un instante antes, apenado, se
preguntó por qué se vive si luego hay que morir.
Judith
le esperaba con los brazos abiertos.
FIN